Manifestación en la Plaza de la Liberación de El Cairo Fuente: Wikimedia Commons |
Las revueltas en Túnez fueron ese primer signo de evolución y progreso. Ben Alí, presidente de Túnez en los últimos 23 años, huyó del país, el pasado 14 de enero, presionado tras salir a la luz uno de los cables diplomáticos de Wikileaks que confirmaba su corrupción y la de su familia. Después fue Mubarak. Se marchaba el 11 de febrero, tras 30 años al mando de Egipto. Muchos, como el presidente de EE.UU., confiaban en que éste era el comienzo de la auténtica transición democrática y entendían a los ciudadanos: “Defendemos los valores universales, incluidos los derechos del pueblo egipcio a la libertad de reunión, la libertad de expresión y la libertad de acceso a la información”, Obama añadía: “En los últimos días, la pasión y la dignidad que han demostrado los ciudadanos de Egipto han sido una inspiración para todos los pueblos del mundo, incluido el de Estados Unidos, y para todos los que creen en que la libertad humana es inevitable”. El "contagio" revolucionario ya era imparable y muchos países con situaciones parecidas comenzaban sus particulares luchas produciendo un auténtico efecto dominó.
Libia se está convirtiendo ahora en desgraciado protagonista. Su presidente, desde hace más de 40 años, Gadafi, se niega ha dejar el poder y el país está divido entre zonas donde se encuentran al frente los opositores al régimen, otras tomadas por rebeldes y en las que permanecen las fuerzas leales al aún presidente. Pero la población, principalmente los jóvenes, no se detienen, se suceden las manifestaciones y revueltas, a las que Gadafi responde con violencia militar, los bombardeos son constantes y los mercenarios se extiendes por las principales ciudades. La ONU ya ha anunciado que en Libia se están cometiendo "crímenes contra la humanidad" por los que Gadafi será investigado por La Haya.
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