sábado, 20 de marzo de 2010

Tres, dos, uno...

¡Motores! Pasen y vean, el show de la Formula 1 ha comenzado. Los domingos se vuelven ha convertir en el día de guardar por excelencia que ya quisiera para sí el Santo Papa, y las comidas familiares vuelven a tener de fondo el rugir de los motores.

Tras la primera escena del pasado domingo parece que es el año de Fernando Alonso. Él es el protagonista de la película y nosotros los actores secundarios, pues como buenos paisanos que somos sacrificaremos la sobremesa o paseo del día de descanso por verle bailar con su flamante rojo.

Estamos ante una nueva etapa, el cuento ha cambiado. El asturiano ha dejado de lado el color de su patria, se ha dejado llevar por su ambición y superación personal, dejando volar su sueño y dejando de lado la lucha de David contra Goliat en la que estaba sumergido. No caben remilgos, Ferrari continua siendo el rey y cualquier aficionado a la velocidad desearía despertarse una soleada mañana de domingo, mirar por la ventana y ver relucir en la puerta de su casa un rojo tan intenso.

Alonso nos descubrió la Formula 1, haciéndonos vibrar, emocionándonos y tensándonos en el asiento de nuestro monoplaza particular hasta la última vuelta, para finalmente levantarnos y alzar el puño con fuerza, esta claro, al carro del triunfo nos subimos todos. Sólo nos falta el baño en champagne, en ese momento volvemos a nuestro salón, probablemente no sea el lugar más adecuado para esa celebración, lo dejaremos para otro momento.

Además de la afición, el otro motor fundamental de este deporte es la publicidad. El circuito se transforma en un inmenso escaparate con brazos que se extienden por los países de cada escudería. Cada corredor, cada coche, cada equipo, se convierten en persuasivos anuncios sobre ruedas que a pies juntillas seguimos, compramos y disfrutamos, ¡menudo negocio!. Es inevitable, todo deporte de masas necesita de una máquina de dinero que lo sustente y en este caso el halo de oro reluce más que nunca dejándonos a todos deslumbrados.

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